Marbenes

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Ésta soy yo, tenía un mal día...

"Latidos de África", de Antonio Picazo


"Latidos de África", de Antonio Picazo (no confundir con Mario que, como siempre digo, mi Picazo es mucho más guapo, y tiene más pelo).

Lo primero que le diría a Picazo es que cuando sales a la calle en un país extranjero, máxime si no dominas el idioma del lugar, nunca debes llevar metidos en la misma bolsa todo el dinero y toda la documentación personal y de viaje. Debes salir con el dinero que consideres imprescindible, y con un justificante del responsable del hotel en el que se indique que estás correctamente registrado y guardas tu documentación, en regla, en la caja fuerte. Pero es que Picazo no es un turista normal, ni siquiera es un viajero normal, y hasta diría que no es un escritor normal; él es él, un mundo aparte que nos habla de otros mundos.

En la línea habitual de su narrativa cáustica e irónica, tremendamente divertida siempre que no seas el blanco de sus puyas, o tal vez aún así, Picazo nos narra en este libro una historia de aventuras, una aventura de historias, una realidad palpitante y serena. Con finas pinceladas de su humor, ácido, nos dibuja un continente tan lejano como misterioso, haciendo que resulte cercano y comprensible. Nos presenta un África atrayente en su compleja simplicidad, desconocida, alejada de la información que podemos encontrar en los documentales o en los folletos de turismo, seria y risible, muy pobre y también muy rica. Mediante el humor, nos acerca a otras culturas, a las costumbres y vivencias de otros pueblos y, aunque casi pareciera que habla de otro mundo, como digo, consigue que el lector lo sienta cercano.

Nos describe variados paisajes, gentes, usos, políticas y sociedades en un lenguaje tan llano, tan vivaz, tan dinámico que da la sensación de que, más que leer, un amigo te estuviera contando de viva voz su increíble viaje. Las descripciones son intensas pero concretas, sin irse por las ramas o abusar de la paja, y consigue el efecto de que lleguemos a creer que estamos allí, que lo estamos viendo, oyendo, oliendo y sintiendo nosotros mismos.

El libro, como todos los que he leído de Picazo, probablemente no lo patrocinarían las oficinas de turismo de los países sobre los que habla, para promocionarse. No hay nada falso o publicitario en él, no es un panfleto que glosa las maravillas de los países, omitiendo lo malo, feo, sucio y pobre. No. Es un libro sincero que cuenta vivencias, sensaciones y emociones, que habla de personas, de pueblos, de culturas, de corrupción, de honor, de odios y amores, sin ocultar lo malo, y sin exagerar lo bueno.

Para Picazo, África tiene forma de corazón. Un corazón lleno de contrastes en el que se mezclan los más bellos paisajes con los más áridos, la salud más plena con la enfermedad más terrible, la pobreza más triste con la riqueza más alegre, las mejores gentes con las más miserables, las costumbres más bellas con las más espeluznantes, los más hermosos ritos con los más salvajes, la más franca espiritualidad con el materialismo más ruin, la fauna y flora más espectaculares con la más pobre y seca naturaleza. De ahí los latidos; latidos de unos pueblos muchas veces sometidos pero siempre orgullosos, muchas veces vencidos pero siempre valientes, unos pueblos que son todo corazón.

Nos aporta una visión propia y particular, no desde la mira de los asépticos circuitos organizados, sino desde lo más básico, desde la calle, desde el contacto directo con las gentes sencillas. A veces tierno y sensible, a veces mordaz y sarcástico, no deja títere con cabeza, pero tampoco santo sin pedestal. Es lo bueno de ser un escritor libre, que puede escribir lo que realmente piensa porque su pluma no está al servicio de nadie, sino, como mucho, del lector al que se dirige.

Y, como dice Picazo, “¡Pero cómo pasa el tiempo! Hace tan solo media hora eran las doce y ahora ya son las doce y media.”, para terminar, una apuesta: puede que quien lo lea sienta que no le cuadra con lo que pensaba sobre ese fantástico continente, puede que, si el lector ya conoce África, comparta, o no, sus opiniones, pero una cosa me atrevo a asegurar, y es que nadie quedará indiferente con su lectura.

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