Los crímenes de la Rosa Blanca, de Michael Clynes (seudónimo de Paul Doherty)

El autor de esta novela es Paul Doherty, aunque ésta concretamente aparece firmada bajo el seudónimo de “Michael Clynes”, uno de los varios que ha utilizado a lo largo de su carrera como escritor como, Paul Harding, C. L. Grace, Ann Dukthas y Anna Apostolou. Estudió durante tres años para dedicarse al sacerdocio católico, pero al final se decidió por historia y se dedicó a la enseñanza y la literatura.

Como Paul Doherty leí una obra de él que reseñé hace tiempo titulada “La máscara de Ra” que no me gustó mucho y de haber sabido que era el mismo probablemente no me habría arriesgado (es lo que tiene esto de los seudónimos, cambia el nombre pero el escritor y el estilo son los mismos). Sin embargo debo decir que habría cometido un error de prejuicio porque esta novela, sin ser buena lo que se dice buena, tampoco es mala lo que se dice mala, y está dentro de lo aceptable en el género. Me ha parecido entretenida, no me ha resultado pesada y algo he aprendido, y por lo tanto no me arrepiento de haberla leído.

La época se centra en el siglo XVI, un poco después de que el rey de Escocia, Jacobo IV, fuera derrotado en la batalla de Flodden y su esposa, Margarita Tudor, se refugiara en la corte de su hermano Enrique VIII de Inglaterra. La historia se enreda en torno a Sir Roger Shallot, el protagonista, que nos narra en primera persona los hechos a la vez que se los va dictando a su capellán, quien los pasa al papel por él, y al coprotagonista principal, Benjamín Daunbey que, por aquel entonces en que sucedió lo narrado, era su maestro y protector.

Roger Shallot y Benjamin Daunbey, instigados por el tío de éste último, un poderoso e influyente cardenal, deben investigar unos misteriosos crímenes cometidos en inexplicables circunstancias y en los que el asesino o asesinos dejan tras de sí, como firma de su delito, una rosa blanca junto a los cadáveres.

El argumento no está mal y la resolución, pese a ser la típica de este tipo de novelas de misterio y asesinatos tantas veces usado por genios como Agatha Christie, tampoco. Es el estilo lo que no termina de gustarme; es como si pretendiera hacerse el gracioso, o sorprender de algún modo al lector, sin llegar a conseguirlo. Hace ciertos guiños al leedor que, desde mi punto de vista, no sólo no logran su objetivo de conquistar la complicidad de éste, sino que incluso le despistan de la trama original. Es aventurar demasiado, lo sé, pero me queda la sensación (no olviden que digo “sensación” pues no puedo afirmarlo) de que su pretensión última es demostrar que sabe mucho más de lo que pueda parecer, y aunque se dedique a escribir novelas de misterio podría, si quisiera, escribir novelas serias de historia.

Como este género me gusta, y suelo acogerlo con las expectativas que me merece, no puedo decir que me haya decepcionado, no es peor que otras muchas que me he tragado, mucho más largas, agotadoras y pesadas, salpicadas de varios misterios que consiguen deslucir al principal y despistar al que las lee. Al menos el misterio aquí está bien centrado, da al lector las mismas pistas que tienen los investigadores y la mayoría de los personajes, si bien flojos, están bien limitados en número y delimitados en sus personalidades.

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